¿No oyes ladrar los perros?

Por: Maruchi Bravo Pagola

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—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
Juan Rulfo: “El Llano en Llamas”.
 
El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, tras la marcha en su contra llamada Fifí, que tuvo réplicas en algunos sitios donde el PAN tiene
influencia, convoca a sus opositores a seguirse manifestando, porque eso es sano para el país. El epílogo a su convocatoria es el título de una canción de la autoría de Cuco Sánchez: “No soy monedita de oro”.
 
Pese a la convocatoria realizada desde hace al menos una semana a la marcha contra el presidente Andrés Manuel López Obrador, el domingo 1 de septiembre
apenas unas 200 personas salieron a las calles del Centro Histórico.
 
Obrador rendía su primer informe como presidente. La protesta inició al mediodía, mientras el presidente rendía el primer informe de su gobierno en la Ciudad de México, donde se registró una participación más nutrida, con varios miles de personas.
Vestidos de blanco, con pancartas y un equipo de sonido montado en una camioneta, los manifestantes se detuvieron en el zócalo capitalino, frente al Palacio
Municipal, donde gritaron consignas contra el mandatario.
 
Entre sus críticas, reclamaron al presidente la entrega de apoyos a Centro América para frenar la migración, el incremento en el número de muertos, el cambio
de reglas de operación de las estancias infantiles, desabasto de medicamentos y despido de personal médico.
Cabe señalar que en el contingente de manifestantes, había también personas que se identificaron con grupos Pro Vida e incluso de la organización Futuro 21,
impulsada para sustituir al PRD.
 
Los que organizan y participan en las marchas deberían considerar que Andrés Manuel López Obrador es un fenómeno único en la política mexicana: un político de intemperie en un medio de políticos de gabinete.
Ni los más recalcitrantes antagonistas del presidente de la República pueden negar su liderazgo genuino y popular.
 
Uno de los horrores de la política mexicana había sido la ausencia de lideratos personales independientes del tejido burocrático, donde se amalgama el amiguismo, con los intereses creados, la satisfacción personal, el protagonismo, hermano gemelo de la necesidad de reconocimiento, inflado por la vanidad frívola e inerme.
Los políticos mexicanos son sólo el espejo del cargo que ostentan. Su capital político desaparece cuando pierden las posiciones en el gobierno.
 
Algo así como los profesionistas sin título y los títulos sin profesionistas.
En la disyuntiva de ser político profesional o no, López Obrador lo es. Desde luego, es un político distinto, un político de plaza y de intemperie en un
mundo de políticos de escalafón.
 
Eso es lo que aterra, es lo que convulsiona la razón de quienes han sobrevivido en el mundo de la política de fórmulas de compromiso, de la diplomacia entendida
como hipocresía al más alto nivel.
 
Resulta complicado, someterlo o frenarlo, en esos trances es cuando más se crece.
Si hablamos de marchas, López Obrador, el hombre que hizo de la movilización su fortaleza, sabe mucho más que Vicente Fox o Felipe Calderón de estas lides, así que se da la licencia de ser lúdico y hace retórica la letra de la canción de Cuco Sánchez:
“Me gusta decir verdades, soy piedra que no se alisa, por más que talles y talles. Soy terco como una mula ¿A dónde vas que no te halle?”.
 
AMLO no está sentado en una silla presidencial, esa que Villa y Zapata pensaron quemar, él tuvo una opción mejor: llegó a la presidencia parado no sobre sus puestos en el gobierno, si no sobre su personalidad carismática.
No dice discursos floridos, escritos bien o mal por un burócrata al que nunca le ha dado el sol de un mitin, pero que causan impacto, en ocasiones hasta el shock que provoca lo inentendible, que se presume mejor al léxico común.
 
Andrés Manuel les habla en su terminología y eso lo hace que lo sientan cercano, transparente-. “Flota”, ante el horror de los puristas del lenguaje.
En un mundo ostentoso, de lenguaje ceremonioso y tecnocrático, donde se presume la futilidad cual suprema virtud, el léxico de El Peje pasma.
“Vamos a sacar la producción pictórica y escultórica de los museos – cementerios- y de las manos privadas para hacer de ellas un elemento de máximo
servicio público y un bien colectivo, útil para la cultura de las grandes masas populares”, dijo David Alfaro Siqueiros.
 
Se crea así el muralismo como instrumento de concientización social, aporte mexicano al mundo de la plástica, movimiento bautizado como la Escuela Mexicana.
De pronto, a nivel internacional se alabaron esos rostros curtidos, morenos, esas mujeres rotundas, bellas e indudablemente mexicanas.
El pueblo mexicano era el que alababan, plasmado en esos murales, más que a los muralistas.
 
Un capítulo que define bien esta situación se escribió cuando David Alfaro Siqueiros acuñó una frase que, con el tiempo, se hizo famosa: “No hay más ruta que la
nuestra”, refiriéndose a que el arte nacional tenía que ser único y no debería permitirse que lo modificaran las tendencias provenientes de otros lugares del
mundo.
Los que apostaban a la represión como respuesta a las marchas sólo encontraron frases alentadoras de parte del objeto de la protesta: el presidente de la
República, Andrés Manuel López Obrador, quien expresa: “Tienen derecho a manifestarse, somos respetuosos del derecho de manifestación; celebro que se haya hecho. Esto es lógico y es natural, cuando se triunfó se dijo que no iba a ser un cambio de gobierno, sino un cambio de régimen, que íbamos a escuchar y respetar a todos, pero la preferencia eran los más desprotegidos”.
  “Es una política nueva, es una transformación y esto no gusta, molesta a quienes tienen todo su derecho de manifestarse”.
 
  López Obrador convocó a sus opositores a que se sigan manifestando porque eso es sano para el país. “Adelante, celebro también que se estén manifestando, que den la cara, tenían tiempo que esto no pasaba, lo cual significa que vamos avanzando”.
Juan Rulfo vuelve entonces a cobrar vigencia en su “Llano en Llamas”: 
“Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”.
 
Le rebate Cuco Sánchez: “No soy monedita de oro pa’ caerle bien a todos; así nací y así soy, si no me quieren, ni modo. El cielo tengo por techo, nomás el sol por
cobija, dos brazos pa’ mantenerme, un corazón pa’ tu vida.”.
Si Cuco, pero… no oyes ladrar los perros.

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